Comentario
Cómo estos capitanes hallaron al Almirante en Santo Domingo
Llegados a Santo Domingo los capitanes y las naves que volvían de Xaraguá, hallaron al Almirante, que había regresado de Tierra Firme. El cual, con plena información del estado de los rebeldes, habiendo visto los procesos que el Adelantado instruyó contra aquéllos, aunque le constaba que era cierto el delito y digno de severo castigo, le pareció conveniente tomar nueva información y formar otro proceso, para avisar a los Reyes Católicos de lo que acontecía. Acordó también usar en aquello la templanza que pudiese, de manera que con habilidad fuesen reducidos a la obediencia. Por lo cual, y para que ni unos ni otros pudieran quejarse de él, ni decir que los tenía allí a la fuerza, mandó, a 22 de Septiembre, que se echase un bando en nombre de los Reyes Católicos, prometiéndoles pasaje y vituallas. Además, noticioso de que Roldán, con parte de su gente, iba a Santo Domingo, mandó a Miguel Ballester, alcaide de la Concepción, que guardase bien aquel pueblo, y la fortaleza; que si iba Roldán por allí, le dijese, en su nombre, que él había recibido gran pena de sus trabajos y de todas las cosas pasadas, y no quería que se hablase más de ello, por lo que daba perdón general, y le rogaba que fuese luego donde estaba el Almirante, sin miedo alguno, para que, con su parecer, se proveyese en lo tocante al servicio de los Reyes Católicos; y si le parecía que necesitaba algún salvoconducto, se lo mandaría como le fuese pedido. A esto respondió Ballester, a 24 de Septiembre, que tenía nuevas ciertas de que el día antes había llegado Riquelme a la villa del Bonao, y que Adrián y Roldán, que eran los principales, se juntarían siete u ocho días después, en cuyo tiempo y lugar los podía apresar, como lo hizo. Porque habiendo hablado con ellos conforme a la comisión que se le dio, los halló muy endurecidos y desvergonzados, diciendo Roldan que no había ido para concertar un acuerdo, porque no querían, ni habían necesidad de paz, pues tenían al Almirante y a su estado en la mano, para sustentarlo o destruirlo, como quisiesen; que no hablase de pactos o de acuerdo hasta tanto que les enviasen todos los indios apresados en el asedio de la Concepción, pues el reunirse había sido por servir al Rey, y favorecerle, estando todos seguros bajo la palabra del Adelantado. Dijo también otras cosas en demostración de no querer concierto alguno si no fuese con gran provecho suyo. Para firmarlo, y para tratar de ello, pedía que el Almirante enviase a Carvajal, pues no quería tratar con los demás, y sí con éste, por ser hombre que se ponía en razón, y muy prudente, como lo había demostrado cuando llegaron a Xaraguá los tres navíos que hemos dicho. Esta respuesta motivó que el Almirante concibiese alguna sospecha de Carvajal, y no sin graves causas. La primera, porque antes que Carvajal llegase a Xaraguá, donde estaban entonces los rebeldes, habían escrito muchas veces y enviado mensajeros a los amigos que estaban con el Adelantado, diciéndoles que llegado el Almirante, irían a ponerse en sus manos, rogándoles que fuesen buenos mediadores para aplacarlo. La segunda razón fue, que si hicieron esto luego que supieron haber llegado dos naves en socorro del Adelantado, con más razón lo habrían hecho cuando supieron la venida del Almirante, si no lo impidiese la mucha conversación que Carvajal había tenido con ellos. La tercera, porque si hubiese hecho lo que debía, pudo detener, en su carabela, presos, a Roldán y a los principales de su compañía, que estuvieron dos días con Carvajal, sin seguro alguno. La cuarta, porque sabiendo, como lo sabían bien, que eran rebeldes, no les debió consentir que comprasen en los navíos cincuenta y cuatro espadas y cuarenta ballestas que habían adquirido. La quinta, porque habiendo indicios de que la gente que con Juan Antonio había salido a tierra para ir a Santo Domingo, tenía propósito de unirse a los rebeldes, no debió dejarles bajar, y cuando ya supo que se habían pasado a ellos, debió estar más solícito en recuperarlos. La sexta, porque iba divulgando que había ido a las Indias como compañero del Almirante, y que sin él no se hiciese cosa alguna, por temor que había en Castilla de que el Almirante cometiese alguna falta. La séptima, porque Roldán había escrito al Almirante por medio de Carvajal, que por consejo de éste había ido con su gente a Santo Domingo, para estar más cerca, al tratar de un acuerdo, cuando el Almirante hubiese llegado a la Española; y no conformándose, luego que se juntaron, los hechos, con su carta, parecía más bien que le había indicado ir allí para que si el Almirante tarde, o no llegara, pudiese, como compañero del Almirante, y Roldán como alcalde, gobernar la isla a despecho del Adelantado. La octava, porque después que los otros dos capitanes fueron por mar con las tres caravelas, y él por tierra a Santo Domingo, los rebeldes mandaron en su guardia y compañía uno de los principales, llamado Gámez, que estuvo dos días y dos noches con él en su navío, y le acompañó hasta seis leguas de Santo Domingo. La nona, porque escribía a los rebeldes cuando fueron al Bonaos. La décima y última, porque a más de que los rebeldes no quisieron tratar un acuerdo con nadie más que con él, todos decían a una voz que si hubiera hecho falta, le habrían elegido por su capitán. Pero considerando el Almirante, de otro lado, que Carvajal era prudente, sabio y noble, y que cada una de las sospechas mencionadas podía tener explicación, y no ser verdadero lo que le habían dicho, reputándolo persona que no haría cosa indebida, deseoso de apagar aquel fuego, resolvió consultar con todos los principales que estaban con él la respuesta que convenía dar a Roldán, para resolver lo que acerca de esto debía hacerse. Estando todos de acuerdo, mandó a Carvajal, junto con el alcaide Ballester, para que negociasen el ajuste.
Pero no sacaron más de Roldán sino que, pues no llevaban los indios que él demandó, no hablasen en modo alguno de acuerdos. A cuyas palabras satisfizo con su prudencia Carvajal, e hizo a todos tan buen razonamiento que movió a Roldán y tres o cuatro de los principales, a ir a ver al Almirante y firmar con él un convenio. Pero como esto desagradara mucho a los otros rebeldes, mientras que Roldán y los otros montaban a caballo para ir con Carvajal a estar con el Almirante, los acometieron, diciendo que en modo alguno querían que fuesen donde iban, y que si algún acuerdo se ajustaba, fuese por escrito, para que todos tuviesen parte en lo que se negociase. Así que, después de pasar algunos días, Roldán escribió al Almirante, a 15 de Octubre, de conformidad con todos los suyos, una carta en que achacaba al Adelantado la causa y culpa de la discordia, diciendo al Almirante que, pues no les había dado seguro, por escrito, para ir a darle cuenta de lo sucedido, habían resuelto notificarle por escrito las condiciones del ajuste que pedían, que eran el premio de las obras que llevaban hechas, como se verá más adelante. Pero, aunque lo que pedían era exorbitante y desvergonzado, el día siguiente escribió Ballester al Almirante, alabando mucho la eficacia del razonamiento de Carvajal, y que, pues éste no había podido apartar aquella gente de sus malvados propósitos, nada bastaría que no fuese concederles lo que pedían, porque los veía tan animoso que estaban ciertos de que se pasarían a ellos la mayor parte de los que estaban con Su Señoría ilustrísima; y aunque tuviese confianza en sus criados y la gente de honra que estaba con él, no eran bastante contra tantos, que cada día crecían en número con otros que se les agregaban.
Ya el Almirante había conocido esto por experiencia, cuando Roldán estaba cerca de Santo Domingo, pues hizo muestra de la gente que pelearía, si fuese necesario, y notó que, fingiéndose unos cojos y otros enfermos, no se hallaron más de setenta hombres entre los cuales apenas había cuarenta de quienes fiarse. Por esto, al día siguiente, que fue a 18 de Octubre del mismo año de 1498, Roldán y los principales que fueron con él a ver al Almirante, le enviaron una carta firmada de ellos, diciendo que por asegurar la vida se habían separado del Adelantado, que andaba buscando modos y caminos de matarlos; y que siendo servidores de Su Señoría ilustrísima, cuya venida esperaban como de sujeto de que recibirían en servicio lo que habían hecho por su deber, pues impidieron a la gente hacer daño y perjudicar en las cosas de Su Señoría, como pudieran, sin dificultad; pero después que había llegado, lejos de agradecerlo, seguía en procurarse la venganza y causarles daños; así que, por hacer con honra lo que habían determinado, y tener libertad de cumplirlo, se quitaban de su compañía y su servicio.
Antes que esta carta se entregase al Almirante, había ya respondido a Roldán por medio de Carvajal, enviado para ello, refiriendo la confianza que siempre puso en aquél, y la buena relación que de su persona hizo a los Reyes Católicos; añadía que el no haberle escrito era por temor de algún inconveniente si viesen su carta los del vulgo, y esto le causase algún daño; por ello, en lugar de firma y escritura, le había enviado aquel sujeto de quien él sabía cuánto se fiaba, a quien podía estimar como si fuera su sello, que era el alcaide Ballester; de modo que viese lo que era más razonable de ejecutar, porque a todo le hallaría muy dispuesto. Luego mandó, a 18 de Octubre, que partiesen a Castilla cinco navios, en los que enviaba decir a los Reyes Católicos, con mucha particularidad, todo lo que pasaba y lo que había detenido aquellos navíos, pues creía que Roldán y los suyos se embarcarían en ellos, como habían publicado antes; y que los otros tres que tenía consigo, era menester arreglarlos para que fuesen con ellos el Adelantado a seguir el descubrimiento de la Tierra Firme de Paria, y ordenar la pesca y el rescate de las perlas, de las que enviaba muestra con Carvajal.